ESPECIAL PARA LA FUNDACIÓN ISMAEL RIVERA
Por: Dinorah Marzan
Articulo cedido por Ivelisse Rivera a la revista El sonero de barrio.
El nombre de Ismael Rivera está ligado a la historia misma de la cultura del Caribe musical, un icono popular que encarna el sentir de los pueblos en sus cantos y en sus bailes, reconocido por su especial habilidad para enfrentar la crónica vocal verseando como ninguno, es reconocido como El Sonero Mayor un apelativo harto significativo y que muestra el reconocimiento de su pueblo. Rivera después de más de 20 años de su desaparición mantiene una vigencia propia de los elegidos.
En Puerto Rico, su patria, crearon la Fundación Ismael Rivera, corporación sin ánimo de lucro que busca preservar, difundir y proteger el legado del cantante boricua. La meta de dicha organización pretende crear una biblioteca para la comunidad donde se podrá acceder a los temas de la cultura popular alrededor del sonero, y busca financiamiento para realizar estudios de esa cultura de Puerto Rico y del Caribe para preservar sus valores transmitiéndolo a los pueblos y promoviendo su difusión.
El Sonero de Barrio, consciente de su responsabilidad con la difusión de la historia cultural del Caribe, desea suerte a los gestores de esta idea y que su gestión sea un punto de unión y encuentro de los cultores del legado de Ismael Rivera. Agradecemos a Eugenia Ivelisse Rivera hija del maestro y actual presidenta de la Fundación sus informes y compartimos con los lectores de nuestra revista una semblanza realizada por la escritora puertorriqueña Dinorah Marzan como colaboración especial para la Fundación Ismael Rivera sobre el Sonero Mayor.
Santurce, un barrio pobre de San Juan, un barrio rodeado de mangles y fundado por negros cimarrones. Tierra de negros libertos y negras con turbantes de libertad. Aquí a la menor provocación, desde Playita hasta Shangai, desde La Calma hasta Ocean Park, cualquier pretexto es bueno para formar un rumbón, o como decía Ismael Rivera: “La rumba no se provoca”.
San Mateo en Cangrejos, litoral de arena, sudor, fuego y bongó. Cangrejo de callejones como laberintos que hoy en pleno siglo XXI sigue siendo guarida de cimarrones, ahora urbanos, dominicanos esperanzados y gente pobre que sale del Barrio Obrero, como los Bravos de Boston, como joyas de una Cantera, como corales de una Playita. Pobres del barrio más grande de una ciudad capital pobre, de una isla pobre en el Caribe pobre. Pero sin lugar a dudas Santurce es la jueyera más caliente que país alguno pueda tener. Aquí, casi como el guaguancó De barrio obrero a la Quince nacieron Tito Henríquez con su Bello Amanecer, Roberto Roena con su Apollo Sound, Johnny Olivo y los Pleneros del Quinto Olivo, Los Pleneros de la 23 Abajo, El Cano Estremera, Gilberto Santa Rosa, Andy Montañez, Marvin Santiago, Daniel Santos, Chivirico Dávila, Pellín Rodríguez, Tito y Johnny Rodríguez, Rafael Cortijo y claro, nuestro Sonero Mayor, Ismael Rivera.
Aquí, los caminos de arena, noches con postes de luna y manto de estrellas, casitas de madera con techo percudido por los aguaceros, aquí nació un mulato, a quien pusieron por nombre Ismael Rivera, un carpintero y ebanista, y Margarita Rivera, un ama de casa.
Ismael siempre fue trabajador, ayudaba a su familia y a algunos vecinos. Fue limpiabotas y a raíz del divorcio de sus padres, decide no ir a la escuela superior para irse a trabajar de limpiabotas.
Desde pequeño él decía que quería ser pelotero y también quería ser ingeniero, pero sobre todo quería ser cantante. Doña Margot procuraba desalentar sus sueños de cantante argumentando que nunca llegaría a serlo porque era prieto y pobre. Pero Ismael, fiel a sus sueños, iba a los rumbones de fines de semana que se celebraban en la calle Calma. En esos rumbones siempre estaba dispuesto a improvisar con la licencia de los viejos rumberos.
Su liderato estaba sólido en su comunidad, ayudaba a organizar las Fiestas de Cruz, apoyaba económicamente a sus vecinos necesitados y se convirtió en el resuelve de las necesidades cotidianas, no sólo de los suyos, sino también de sus vecinos.
Ismael fue producto del sistema público de enseñanza, su primaria la cursó en la Escuela Pedro G. Goyco, la intermedia en la Escuela Labra, ahí precisamente conoció a otro prieto, uno que como él tenía la música por dentro: Rafael Cortijo. Este par de adolescentes compartían el sueño de ser artistas, uno cantante y el otro fantaseaba con tener su propio grupo musical para que su amigo fuera el cantante. Estos dos amaban la música y sobre todo las expresiones más populares que se daban en sus respectivos barrios. En muchas ocasiones Ismael iba a los rumbones de la Parada 21, vecindario de Cortijo y otras tantas Cortijo venía a los rumbones de la Calma. El toque de queda para los menores, en muchas ocasiones los sorprendía en algún punto de ese trayecto y sus respectivos padres tenían que ir por ellos al Cuartel correspondiente.
Un tal Mulley, un negro pobre que tenía un conjunto musical, le hizo una prueba por dinero a Ismael. Rápidamente reconoce sus cualidades rítmicas y lo contrata para tocar maracas y clave por $2.50 por cada baile. Ismael confiaba en que pronto podría cantar, pero no contó con que el propio Mulley era el cantante de la agrupación.
Rafael cortijo sabe de la necesidad de Lito Peña por conseguir un cantante y le habla de su amigo, y así se organiza una audición con Lito Peña y su Orquesta Panamericana, como testigo de esa época está El charlatán. Más adelante, efectivamente, Cortijo organiza su grupo y entonces se formó el junte.
Rafael Cortijo e Ismael Rivera revolucionaron la música afrocaribeña, expusieron a la bomba, la más negra de nuestras raíces folclóricas, a los salones más exclusivos. No sólo el sandungueo mulato disfruta su ritmo sino que ahora todos se han puesto a “a bailar, a bailar mi bomba”. Como decía Maelo: “La motivación era llevar la alegría del negro al pueblo”, eso nos demuestra que su propuesta musical estaba muy pensada y articulada, y respondía a unas preocupaciones de índole sociológicas y puertorriqueñísimas. Ese binomio trajo éxito tras éxito, sin duda sazonaron aquella década insípida de los 50. Fue la primera agrupación de su tipo en alcanzar un éxito arrollador en toda Latinoamérica, en donde los recibían como lo que eran, grandes trabajadores culturales.
Dijimos al principio que era un barrio pobre, en muchas de las casas no había luz, y en las pocas que había luz, no había televisores, así es que para sus vecinos del barrio ninguna de las dos era un impedimento para seguirle los pasos a su amigo del alma. Para ver sus presentaciones por televisión hacían una peregrinación hasta la Mueblería Camuña, en la Calle Loiza. Y es que verlo en la seductora pantalla chica era verse a sí mismos, era una maravillosa forma de que el color, las facciones, el pelo, en fin todo el mestizaje, protagonizara.
Éxito tras éxito y entonces decide irse a vivir a Nueva York, pero siempre que venía a Puerto Rico contratado con viaje y hospedaje incluido, abandonaba el lujo del hotel y se quedaba en Calle Calma para escuchar la lluvia sobre el techo. Los hoteles servían para compartir su confort con sus amigos del barrio, en donde el propio Ismael era el anfitrión. Jamás se avergonzó de su cuna, al contrario, procuró exponer a su gente a experiencias enriquecedoras y estimulantes. Después que se hace cantante famoso, comparte su bonanza con los suyos y decide comprarle una casa a su familia. Es la casa, sede de la Fundación, cuyo balcón fue construido por el sonero albañil, Ismael Rivera.
Ismael Rivera Rivera… estamos ante un ser humano inteligente, sensible, solidario, comprometido, sencillo y talentoso; por algo el gran Bárbaro del Ritmo, el sonero cubano Benny Moré lo bautizó como el Sonero Mayor.
Ahora digamos algo sobre la madre que lo parió, doña Margot. Margot se casó a los 17 años en 1927, con Luis Rivera, carpintero y ebanista, un partidario del Partido Nacionalista, procrearon cinco hijos y se divorciaron en 1947. Ese divorcio alteró el rol de hermano mayor de Ismael y se comportaba más como padre que como hermano, vigilaba a sus hermanos, los cuidaba y se encargaba de todo. Después de su divorcio, en 1947, Margot se encuentra con cuatro niños que mantener. Una mujer jefe de familia en ese tiempo era un verdadero atrevimiento, pero así era ella: atrevida, enérgica, vital, bailadora, inteligente y sagaz…
En esa comunidad de La Calma, Corona, María Moczo, la calle Loiza, doña Margot tenía varias funciones: santiguaba, traía negros al mundo, siendo una partera muy solicitada y era cantaora de coplas, escribía y cantaba su marinada. Con sentido del ritmo, con lírica pegajosa puso en el alma y la voz de su talentoso hijo letras que todos hemos cantando en alguna ocasión como lo son: Maquino landera, La arañita, Chanita la chana, El negro Gulembo y Las ingratitudes.
La Fundación Ismael Rivera, creada para preservar su legado, no ha cesado en su misión. Ha organizado anualmente un Rosario de Cruz que coincide con el aniversario de la muerte de Ismael, de igual forma conmemora su natalicio cada octubre. Las actividades organizadas por la Fundación son bien acogidas, no sólo por la comunidad vecina, que se siente orgullosa de este legado, sino por sectores más amplios que se dan cita para disfrutar y reafirmarse en este son cangrejero.
DERECHOS RESERVADOS WWW.ELSONERODEBARRIO.COM